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El atardecer caluroso de enero la encontró buscando sombra bajo el viejo galpón de chapa acanalada de la estación El Moro. Las sombras rozaban apenas tangencialmente su rostro de rasgos suaves.
Estaba sentada en la vieja y desvencijada butaca que otrora fuera del Ford modelo 38 de su abuelo. Había vuelto, tal vez buscando un recuerdo, o quizás algo que la retrotrajera a sus inicios y que le permitiera volver a comenzar. Ese recuerdo de un momento feliz, de alguna de sus tantas visitas a casa de sus abuelos en las vacaciones escolares.
- La paso mal en la ciudad, comentaban por lo bajo en el almacén de ramos generales, inalterable al paso del tiempo. Y tenían razón, más allá del chismerío, había mucho de cierto en esa afirmación. Las cosas no fueron buenas para ella en Buenos Aires, si lo fueron en un principio, se fue a la gran ciudad para estudiar, y se recibió de abogada. Esa fue una gran noticia para la familia y la gente de la estación se alegró, y era un solo comentario, Maribel, era La Doctora Maribel Chávez. Después comenzó a trabajar, consiguió trabajo como pasante en un bufete importante en pleno centro, Cabildo y Juramento, por recomendación de un escribano amigo de su abuelo.
Las cosas para ella marchaban, entre el asombro por todo lo nuevo en su trabajo, y el anonimato implícito en la sociedad de una gran ciudad, esto último, era algo que siempre le molesto y a lo cual como a cualquiera salido de un pueblo le cuesta asimilar.
Fue así, que intentando acceder a esta sociedad cerrada e impersonal, acepto acompañar a su jefe a una reunión de trabajo, en reemplazo de la secretaria que estaba enferma.
Allí conoció a las que a posteriori fuera su grupo de amigas, y también a Wenceslao, un hombre unos 20 años mayor que ella, de muy buen vestir y refinamiento, que se convirtió rápidamente en su amante. Para ella esta persona de fuerte personalidad fue un referente en sus inicios profesionales, pero en su vida cotidiana, dejo una marca profunda, inalterable, la transformo en alguien inseguro, la dejo vacía de ideas, de convicciones, se apropió de su alma.
Fueron sus amigas las primeras en notar ese cambio en su personalidad, y en sus visitas al pueblo, se la veía distante, meditabunda, era solo la sombra de esa chica alegre y con iniciativas que todos conocían. La relación se puso cada día más difícil de sobrellevar, pero su punto de inflexión se dio cuando una tarde al regresar al piso que compartían sobre la Av. Del Libertador, lo encontró a él en la cama con otro hombre. En ese momento se paralizo, el salto sobre ella y la tomo del cuello, mientras el otro hombre prestamente se vistió y luego ella sintió el ruido de la puerta de entrada que se cerraba bruscamente. El solo le dijo – hija de puta, si le decís de esto a alguien, te mato.
Esa sola frase le taladraba la cabeza a cada minuto. Él se había ido casi de inmediato y ella estaba sola, por su cabeza se amontonaban las ideas y las situaciones, luego de un largo rato, supo que tenía que marcharse, alejarse de él.
¡Adonde iría!, en Buenos Aires no le quedaba nada, toda su existencia se había amalgamado con la de él, fue allí donde se dio cuenta que estaba sola, mas sola que en el principio, sus amistades eran los amigos de él, sus amigas se habían alejado, ellas las había alejado siguiendo el consejo de él.
Por un instante dejo de lado las inseguridades adquiridas y comenzó a empacar sus cosas, llamo a un taxi y se dirigió a la terminal de retiro. Su celular no paraba de sonar, era Wenceslao el que la llamaba, ella no pensaba contestar, tenía miedo solo de escuchar su voz aunque fuera a la distancia impuesta por el teléfono, tan así de intenso era lo que sentía.
Llego a la estación de micros y compro un boleto para Necochea, de allí pensaba llamar a alguien que la fuese a buscar y la llevara hasta El Moro allí, sabía que se sentiría segura. Espero en un café que se hiciera la hora de la partida, luego despacho su equipaje y se sentó en su asiento, había pedido un boleto del lado del pasillo, hasta allí llegaba su temor, no se animaba a ir del lado de las ventanillas por miedo de que él tal vez la viese.
Así fue que pasaba apaciblemente, sus días en ese caluroso enero de 2001, si bien no se acostumbraba que las mujeres fueran al bar del almacén, ella lo hacía a la hora de la siesta y tomaba una cerveza helada, se sentaba en la mesa más apartada que encontrase y permanecía en silencio, mirando la nada.
Ella estaba en el galpón de chapa sentada en las sombras, apartada del intenso calor, cuando un niño entro corriendo. Era el hijo del dueño del almacén. – Señora, alguien la busca, es un tipo canoso y alto, pregunta por usted. A pesar del calor su cuerpo se enfrió de golpe, se puso de pie lentamente y sin contestarle al niño, comenzó a caminar hacia el almacén, ella sabía de quien se trataba.
Ni bien ella hubo entrado al bar, él se le echo encima, la tomo de un brazo y la arrastro hacia afuera, allí comenzaron a forcejear, ella comenzó a insultarlo, él le pego de lleno en su rostro, y mientras intentaba subirla a su automóvil por la fuerza, todos los vecinos que estaban en el bar y el almacén, empezaron a salir alertados por la gritería, poco habitual en la tranquilidad del pequeño poblado. Cuando el vio a la gente, comenzó a gritar que no se atrevieran a intervenir y en ese instante, mientras el amago a extraer algo de entre sus ropas, se escuchó una explosión.
Todos voltearon para ver y allí estaba de pie, el abuelo de Maribel, envuelto en el humo de la pólvora de su escopeta de doble cañón. En esos escasos segundos, Wenceslao, cayó herido de muerte por el disparo en pleno pecho.
Luego, como si preexistiera un acuerdo tácito entre todos, uno tomo el cuerpo, otro trajo una bolsa plástica, y entre ambos lo llevaron al pastizal que había detrás de la estación de trenes abandonada. El dueño del almacén y su hijo mayor comenzaron cavar la improvisada tumba y el dueño del taller y gomería puso en marcha el automóvil y lo guardo en su galpón para luego desmantelarlo por completo.
Maribel subió a la camioneta de su abuelo, y se fueron juntos. Al día siguiente no quedaban rastros de lo que había sucedido, la actividad del paraje no fue alterada, nadie menciono jamás lo que paso. Maribel, al año siguiente abrió su estudio y se mudó a la ciudad de Necochea. Todos los fines de semana, vuelve a El Moro.