EL BARRIO
Llegamos al barrio, cuando yo tenía 7 años, las calles eran de tierra, y enfrente a nuestra casa había un complejo de viviendas blancas y con techos de teja colonial. Las casas estaban pegadas unas contra otras, esto quizás contribuyo, de algún modo, a lo que otrora fuera la idiosincrasia del barrio, un lugar de unión, en el que los vecinos se saludan, se conocen y se respetan. Lógicamente alguna vez hubo rencillas típicas de los grupos humanos, algún chismerío, alguna palabra demás, pero nada grave, nunca paso de que dos vecinas no se dirigieran la palabra. Allí crecimos, pasamos la etapa quizás más difícil y más hermosa en la existencia de toda persona, la infancia, y también la adolescencia. Cuando recién llegamos, el barrio tenía otra amplitud, visualmente no había obstáculos, la mirada se perdía en un horizonte de árboles y sierras, en esa amplitud crecimos, jugando en la calle, sin riesgos, sin miedos, solo con una pelota y algún autito de plástico. Salimos por primera vez, con mi hermano Mariano, a jugar a la vereda y el primero que se acerco fue Gustavo “el mono”, quien a manera de presentación, nos dijo orgulloso, hola, soy Gustavo y mi papa es policía.
Después se sumaron todos los demás: Gustavo el turko, Luis, Puli, Walter, Chichino, Oscar, Tosquita, Hugo, Coto, Edgardo, Carlitos, Miguel y más y más, muchos más. La rutina era siempre la misma, el primero que salía a la calle hacia una recorrida, golpeando la puertas y preguntando, ¿Esta Gustavo?, ¿Esta Luis?, ¿Puede salir a jugar? Y así se iba conformando el grupo. La pelota era fundamental en nuestros juegos, pero había otras cosas, las recorridas por el Cerro que podría decirse, era nuestro segundo hogar, las casas que construíamos en los arboles con maderas y ramas, los autos preparados con plomo y ruedas, fabricadas con las cámaras de goma de los automóviles, etc. Con estos autos competíamos en las veredas del Barrio PYM, y dado que eran muy angostas, los autos debían estar muy bien preparados para que pudiesen circular por las mismas, sin salirse del circuito permitido. Cuando competíamos, venían de otros barrios, pero los autos de los visitantes, nunca tenían la performance de los nuestros. Nuestros autos, tenían mejores componentes, las ruedas de goma eran perfectas, nosotros contábamos con una ventaja competitiva, ¡Conocíamos el compás! Con él, trazábamos círculos perfectos que luego recortábamos y así, nuestras ruedas delanteras eran mucho más eficientes que las de los rivales.
En el barrio, también se practicaba la pesca deportiva. Una fisura en el tanque de agua de la ciudad, que estaba ubicado en el cerro, había contribuido a llenar con agua, una vieja cantera y allí se conformó un ecosistema en el cual habitaban, ranas, mojarras, bagres, etc. Hubo vecinos que venían de pesca de alguna laguna de la zona, y contribuían arrojando alguna especie nueva y hasta habitaron la pequeña laguna algunas nutrias. El record de la pieza de mayor tamaño es del Turco Jaluf, con un bagre que midió unos 20 cm. El pez se exhibió, a los curiosos, en una bolsa plástica de la tienda GALCER, hasta que sus vapores producto de la pudrición, ya no lo permitieron.
Si bien el tiro con honda o gomera, nunca se consideró deporte, en el barrio se practicó asiduamente. Para desgracia de las palomas, y demás especies habitantes del cerro, nosotros habíamos desarrollado una gran puntería. Las salidas se organizaban generalmente en dos grupos y cada uno salía en direcciones opuestas recorriendo el perímetro exterior del cerro. Se realizaron tremendas matanzas de aves, algo que si bien no es digno de destacar, hace a la historia de nuestro barrio.
El paredón de piedra que rodeaba a OSBA, Obras Sanitarias de Buenos Aires, por nosotros conocido como “Lo de Mangano”, tiene la impronta de nuestros culos, podría haber escrito glúteos, o asentaderas, pero culo nunca me pareció una mala palabra. Allí permanecíamos horas sentados, charlando, o bien era el punto de encuentro para elucubrar algunos hechos, ligados quizás, a la maldad propia de aquellos años. Esperar a la hora de la siesta para luego arrojar piedras a los techos de los vecinos, o inventar algún personaje siniestro y llevarlo a la práctica. En uno de estas obras del terror, Walter, se disfrazó con una sábana blanca y todos nosotros montamos una escena, en la que supuestamente, un sátiro estaba asolando el barrio. Lo cierto es que, lo que se inició como un chiste, se nos fue de las manos y se armó un revuelo bárbaro. El papa de Oscar llego con una cuchilla de carnicero en la mano, el de los Veliz con un arma, por suerte Walter era rápido y ayudado también por el cagazo, bajo raudamente del techo, escondió sus atavíos de sátiro y apareció mezclado entre la muchedumbre, sin despertar sospechas. Los más enfervorizados salieron a buscar al presunto sátiro, con serias intensiones de darle un escarmiento. Nosotros, una vez que se nos fue el susto, nos divertimos largo rato de la situación generada y del compromiso de ciertos vecinos, en su afán de mantener el orden y la seguridad del barrio.
También se realizaron torneos de futbol por equipos, los partidos, eran organizados por un señor del cuál no recuerdo su nombre, pero si sus señas particulares: No tenía cogote y usaba el pelo en una imitación algo burda de Carlitos Bala. Los partidos se jugaban en el cerro en una cancha en la que el pasto brillaba por su ausencia y los jugadores debían esquivar pozos, además de patadas rivales. Jugar en nuestras canchas requería de una habilidad superior, ya que, el destino final de un pase, requería algunas cualidades ligadas a la adivinación, ya que un poco por las pajas bravas, un poco por los pozos y otro poco porqué la pelota no siempre era una esfera perfecta, la bola solía tomar caminos imprevistos. Los sábados eran días en los que el futbol solía ser un continuado. A partir de la hora del almuerzo, aun con el pollo o los fideos a medio tragar ya salíamos con los pantalones cortos y los saca chispas deshilachados a pegarle a la redonda.
Alguna vez, incursionamos también en el terreno de la filosofía, ya fuera en el paredón de piedra antes mencionado o en el cerro a la sombra del tanque de agua, solíamos mantener largas charlas, en las que los temas no siempre eran triviales y se limitaban a las rivalidades futboleras. También nos animábamos a esbozar algunas apreciaciones ligadas a la realidad de la ciudad, del país y por qué no del mundo. Hubo un tiempo en el que, en compañía del Coco Dagata, quien era profe nuestro en la secundaria, manteníamos largas charlas de ciencias y literatura. Para los del barrio, la cultura también era importante.
Siempre fuimos pioneros, ya por aquellos años, practicábamos el mountain bike, en realidad, no sabíamos que se llamaba así, para nosotros era moto cros en bici. El escenario de esta actividad era el cerro por detrás del monumento a la madre, La virgen de Fátima y por la calle superior del anfiteatro. En la práctica de este deporte, algunos sufrimos pequeños accidentes producto de la actividad en sí misma y de las patadas en el culo recibidas por nuestros padres, cuando llevábamos a nuestras casas, los pedazos de las bicicletas. También recibimos algunas persecuciones, resultado de las molestias que les ocasionaba nuestro tránsito, a los ocasionales amantes que se ocultaban en las tupidas retamas a la vera del circuito.
Así transcurrieron los años y nuestra vida en el barrio, una vida feliz, llena de alegría y hermosos recuerdos. Nos fuimos haciendo grandes, nos alejamos del barrio por algunos años, formamos nuestras propias familias, pero el recuerdo es perenne, inalterable para los que estuvimos allí. Los que podemos, siempre nos damos una vuelta y más allá de que paso el tiempo, faltan algunos, llegaron otros y el barrio cambio, hay un perfume, un aroma especial, es como una sensación que te traspasa, que te lleva a levantar la vista e inconscientemente, buscar con la mirada, con la pretensión quizás de encontrar a Gustavo el turko, Luis, Puli, Walter, Chichino, Oscar, Tosquita, Hugo, Coto, Edgardo, Carlitos, Miguel, al mono y verlos cruzar la 32 corriendo y venir a nuestro encuentro.
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