lunes, 7 de abril de 2014
LAS PUERTAS DE MI PUEBLO
Veintidós mil ciento cuarenta y cuatro puertas hay en mi pueblo. Las hay nuevas y viejas, de madera y metal, macizas y con cristales, lujosas y sencillas. Las hay bellas y feas, ásperas y suaves. Perfectas y cuidadas o libradas al azar de las inclemencias del tiempo. Las hay altas y bajas, rectangulares o con arcos. Con manijas, picaportes, aldabas, trabas y cerrojos. Pero todas, todas protegen detrás de si a un mundo diferente, particular, insondable, único. Cada una preserva en su interior el amor, el odio, la ternura, la violencia, la paz, el enojo, la ira, el desencanto, la alegría, la tristeza, el júbilo, el llanto. Han sentido en su piel, la humedad de las lágrimas del olvidado, la tibieza de la espalda y el calor del beso, la agresión del golpe, la suavidad de la caricia. Se han abierto al paso de los niños, de la esposa, del marido y del amante. Bajo ellas se han deslizado innumerables cartas. Han guardado y preservado en silencio, los secretos de cada hogar. Testigos mudos, de reuniones alegres, de fiestas, de amarguras y dolor. Antes, abiertas de par en par y hasta sin llave ni cerrojo. Hoy, eso es simplemente una utopía. Así, distintas o iguales, son las puertas, distinta o igual es la gente de mi pueblo.
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