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De amores imposibles o de como embozar el sentimiento
Les habían dicho que era peligroso enamorarse. Que se perdía la noción del tiempo, que se hacen cosas incoherentes, que uno anda por las calles despreocupado, mirando las casas, los negocios, sus vidrieras, silbando o cantando. Que la gente al mirarnos se daba cuenta por la expresión en los ojos.
En algún momento pensaron que era un privilegio el sentirse así ahora. Casi un premio a no sabía que.
Su entusiasmo no había decaído en esos meses en los que se veían y nunca supieron muy bien cómo comenzó, pero se conocían desde siempre, lo cierto es que se desconocían. Ella se presentó en su vida de repente, como las estaciones, que por más fechas establecidas comienzan sin avisar. Y así con una invitación que el tardo en responder, empezó todo.
“Si puedo esperarte bajo la lluvia sin pensar en que demoras demasiado y que mi apuro es solo por verte, esto es señal suficiente para ver que algo en mi esta cambiando, sentir que por ti vale la espera”
Pesaba sobre ellos el tiempo, su pasado. Tenían que cruzar la línea atreverse y amarse. Pero era como cruzar el puente de Sirat.
Para ello hay que tener el coraje de valerse por su propio entendimiento. Pero mientras el amor crecía en ellos, lo hacía también el miedo de forma paralela. Animarse era tan difícil, ante la comodidad del hecho simple de amar en silencio. Sin arriesgar es más fácil, no se expone uno a lastimarse por amor. ¿Se puede vivir a expensas del miedo a amar? Si bien se disfruta el calor de la adrenalina en las venas cuándo estamos cerca, es mucho más seguro si el otro no lo sabe. Y así pasamos el tiempo.
“…Veinticinco años después volví a verla, apareció de repente, de la nada, en una de las tantas calles de La Plata. No pude reconocerla en la primera mirada, y solo repare en ella como en una mujer bella que pasaba a mi lado. Ella me miro y fue en ese instante en que la observe en detalle, su cabello apenas ondeado y oscuro dejaba ver algún destello de plata, lógico paso del tiempo que toca hasta lo más sublime. En cambio sus ojos de almendra, expresivos y su inquietante andar, seguían intactos.
Vestía con el gusto diferente y exquisito de siempre y en el momento en que cruzamos la mirada supe que el influjo de este ser sobre mi seguía ahí, perenne como la hierba. Quise hablar, pero no me salía nada, en cambio ella simplemente dijo – Que gusto verte otra vez, y se inclinó para saludarme con un beso, pero yo mantuve mi postura y me hice hacia atrás levemente, un beso aun en la mejilla, era de solo pensarlo insoportable.
Su perfume, Halston, el de siempre me envolvió y me sumió en una suerte de sopor inexplicable. Entramos en un café, y en el devenir de la conversación nos íbamos midiendo poco a poco, viendo que caminos habíamos transitado, por diferentes lugares, en esos veinticinco años en los que desandando el camino fuimos llegando al lugar común en donde nuestra vidas tomaron rumbos distintos.
Ya con el segundo café, la conversación cambio el tono, y me permitió verla como era, independiente, tenaz, imprevisible como un día de primavera. Su atracción y la fascinación de su ser siempre fueron un desafío en mi vida, era ni más ni menos que una puerta abierta, el ser más buscado, más deseado, el menos conocido. Me dirigí siempre a ella de múltiples formas, supe que mis mensajes llegaban.
Ahora estábamos el uno frente al otro, ambos sabíamos que teníamos pendiente, nos debíamos tanto. Como siempre ella tomo la iniciativa. “Las personas cambian, uno conoce apenas una faceta, o quizás dos, de vos solo conocí tus silencios, por esos años pretendía una simbiosis, estaba equivocada.” Ella si me conocía, sabia donde golpear.
Ok, le respondí, pero vos viste lo que te interesaba ver, ambos estábamos embelesados, y no supimos distinguir que nuestras vidas tenían propósitos diferentes, yo conozco a Picasso por su obra, vos por el valor de subasta de sus pinturas. En ese momento pensé que si la atacaba, si la agredía, si podía ofenderla, ella perdería su encanto, su influencia sobre mí, y sin embargo, en ese momento comprendí que ella si había madurado.
Me observo en silencio y cuándo mi andanada verbal termino, solo sonrió, dio un sorbo a su café y con toda su hiriente dulzura, me clavo el puñal de una sincera disculpa y dijo simplemente no compartir mi modo de ver la vida. Como al pasar miro su reloj, abrió sus ojos radiantes, se levantó de su silla y sin dejarme siquiera reaccionar, retoco un poco sus labios, pidió y pago la cuenta, y con una nueva disculpa se despidió con un beso que apenas rozo mis labios. Aprovecho mi momento de parálisis, el humo de los cigarrillos y los cristales empañados, me impidieron verla partir. Y así se fue llevándose su clásica belleza.
No he podido olvidarla, a pesar de los muchos intentos, odiarla jamás podría. Siempre que puedo paso por esa calle, guardo la esperanza, de poder volver a encontrarla.
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