jueves, 7 de abril de 2011

LA PLUMA CON TINTA VERDE


La mágica energía del sol, se esfumaba entrada la tarde en Valparaíso, era un día común, un jueves de mediados de enero en el que, los que no gustan del calor, ruegan por este momento entre tibio y fresco que da el atardecer.
Estaba recorriendo la ciudad, era la primera vez que la visitaba y todo para mi tenía el valor agregado de la novedad. Había estado caminando desde temprano y el cansancio comenzaba a hacerse sentir. Ya de regreso al hotel, caminando por una calle un tanto oscura y empedrada, de un portal salió a mi encuentro un anciano. No recuerdo muy bien su aspecto general, si recuerdo el momento de temor intenso que experimenté ante ese hombre. Si bien era un anciano, sus ojos de un color muy pálido, grises, le daban una apariencia extraña, tenía un olor rancio que llenaba todo el aire y secaba la garganta. Al acercarse no dijo mucho solo buenas tardes, metió su mano en el bolsillo lateral de un saco de paño que vestía a pesar del calor, y extrajo una lapicera, una pluma fuente de color negro con detalles dorados. En el momento en que me dirigí al viejo me temblaba la voz y salieron de mi boca solo un par de frases inconexas. El intervino de inmediato.
-No diga nada, no hace falta, tome la pluma por favor, ella y yo llevamos ya mucho tiempo esperándolo.
Y diciendo esto se volteo y comenzó a alejarse. Quise preguntarle algo, pedirle alguna explicación pero estaba paralizado, trate de llamar su atención pero no me hizo caso. Al alejarse murmuro una frase, algo como This age of cant.
Pude reconocer algo de Byron en ella.
Cuando llegue al hotel todavía no podía salir de mi asombro, me senté en una de las esquinas de la cama y comencé a observar la pluma, era una pluma común clásica, de excelente calidad. Tome una de las hojas de notas del hotel y escribí mi nombre en ella, note con sorpresa que la tinta era de color verde. Luego comencé a dibujar flores y pececitos sin reparar en lo que hacía. Me detuve en el instante en que tocaron a la puerta, era el conserje para avisarme que habían aceptado mi tarjeta de crédito. Luego de esa banal interrupción, tome un baño salí del hotel y me dispuse a buscar un restaurante, la pluma quedo sobre la mesa al lado de la cama. Esa noche tuve sueños un tanto raros, como de otra persona.
Salí temprano a desayunar, llevaba conmigo algunos libros de trabajo y hojas en blanco. También la pluma con tinta verde, mientras tomaba el café, comencé a escribir algunas notas de viaje e informes, note que la escritura tomaba la forma de versos y luego una suerte de prosa desordenada. La descripción de un pueblo a orillas de un rio de montaña, etc. Pero no era yo, era la pluma, el instrumento, no había vínculo entre ella y mi mente. Era como que escribir solo implicaba seguir escribiendo, ficción y realidad estaban separadas solo por pequeños detalles casi imperceptibles. Por momentos, tuve que esforzarme para mantener la conciencia y no perderme llevado por la pluma, su verde tinta y su propia causa.
Los días fueron transcurriendo y todo se daba en torno a la pluma y su mandato, escribir. Me veía a menudo tan compenetrado en la escritura, podía esta en tres continentes de forma simultánea. Lugares de oriente, más precisamente de Asia, luego me ubicaba en lugares de Europa, donde puedo reconocer algo de España en ellos. Y Sudamérica, montañas y lagos conocidos. En un principio lo que escribía era confuso, diálogos entrecortados, descripciones minuciosas de ciudades exóticas, cosas sin conexión aparente.
Lo que comenzó siendo una revelación término en una suerte de vicio. Pasaba días enteros encerrado, sin bañarme, a veces sin comer, dormía en cualquier lugar de la casa, donde me ganaba el sueño.
Comencé a desvariar, a no reconocer las cosas como propias, y era en esos momentos donde la tinta verde salía a borbotones y al contacto con el papel, se transformaba en versos maravillosos.
Todo iba bien, ya había escrito algunos relatos y una sucesión de versos de muy prolija rima y de gran inspiración. Apelando a la amistad con el editor de una revista de variedades, le pedí que me recomendara a alguna editorial, con la intención firme de publicar lo que consideraba mí opera prima. Yo, que nunca había sido un amante de la literatura, muy a pesar de los ruegos de mi madre, estaba entusiasmado con publicar aquellos versos de perfecta métrica y depurado estilo.
La sorpresa y la desilusión, fueron tremendas. Me decían si mi intención era una reedición, que esos versos no eran míos. Se los atribuían a un tal Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, un Chileno apodado Pablo Neruda. Insistí, amenace con iniciar acciones legales, me retiraron con la seguridad de las oficinas de la editorial. Seguí presentándome en otras tantas con la misma suerte, hasta que me detuvieron, por daños a la propiedad, un amigo pago mi fianza y me llevaron a un hospital por mi precario estado de salud. Cuando me recupere, los deseos de escribir eran irrefrenables, mi insistencia con la publicación de mi obra se tornó insostenible hasta que me encerraron.
Hoy, en mi reclusión, los amigos que me visitan me observan a través del cristal, los escucho hablar entre sí, dicen no reconocerme. Hoy paso mis días entre estas paredes de color marfil, de vez en cuando, liberan mis manos de este chaleco de lona, y me dan pluma y papel, nunca más tuve contacto con la pluma con tinta verde, no sé cuál fue su destino.

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